miércoles, 27 de octubre de 2010

Exclusiva con Andrés Calamaro, un militante del rock sin fronteras


Cuando uno escucha el título de tu nuevo disco, “On the Rock”, automáticamente piensa en rock. Pero ese género no es exclusividad de este trabajo, lo que nos hace preguntar qué es para ti el rock.

El rock es un género abierto, es libertad, curiosidad. Hace cincuenta años que se nutre de influencias blueseras, jazzeras, vanguardistas, hispanas, barrocas, del skiffle, del surrealismo, de la literatura. Nunca fue ortodoxo ni cerrado. Nadie puede estar seguro de lo que es el rock sin convertirse en una especie de payaso. Los ortodoxos (sospecho que son una clase de dentista) siempre están protestando, lo hicieron con Agustín Magaldi, un contemporáneo de Gardel, y lo hicieron con Bob Dylan, por abrazar la fe rockera. ¿Johnny Cash es rock o tiene rock? ¿Tom Waits hace rock o es que no le importa realmente? ¿El rock debería ser antropológico o ajustarse a una medida ortodoxa? ¿O perdería entonces su fuerza filosófica y su razón? Cuando empecé a escuchar rock, los Beatles grababan “Revolution Nº 9” y Santana grababa tradicionales caribeños con guitarra eléctrica. Hace treinta años los YMO grabaron con puros sintetizadores y secuenciadores que probablemente fabricaban especialmente para ellos. Iggy Pop es rock y eso es evidente, ¿pero lo es por el sonido, por la actitud o por algo más profundo? Para considerarse genérico hay que estar muy seguro del terreno que se está pisando. La militancia rockera es algo tan real como absurdo, está en el límite de ser una payasada o una cuestión de vida o muerte.

Dijiste por allí que lo que querías era enfadar a los ‘talibanes’ que te dicen lo que es rock y lo que no, y que el único que tiene autoridad para decidirlo es Lemmy, de Motörhead. ¿No hay nadie más en esa lista?
Sí, claro. Lemmy tiene mucho de auténtico y un poco de payaso, seguro que en su casa escucha Carpenters. Es un señor que se mudó a California porque los implantes dentales son más baratos. Probablemente duerma con campera de cuero y abrazado a una botella de bourbon, que son dos cosas que se pueden comprar en un supermercado, aunque no en cualquier supermercado. Conozco especialistas que pueden definir lo que es el rock, los llamo ‘talibanes’. Son estudiosos, lo viven, lo traducen, lo entienden y lo escriben. Son críticos y académicos del rock and roll. Hace treinta años que escriben una revista que define lo que es el rock en su estado puro; cuanto menos acordes, mejor, pero también tiene sentido distorsionar todas las teorías y complicarse la vida. Como sea, en Barcelona los ‘talibanes’ no están entre el público masticando la crítica que van a dedicarme, las facturas que van a hacerme pagar. Los verdaderos ‘talibanes’ están detrás del escenario conmigo, emborrachándose en los camarines, participando en el despiporre silvestre, en el caos, en el karaoke mágico, entendiéndolo todo.

En el tema “Barcos”, con Diego El Cigala y Niño Josele, ¿cómo dialogas con el flamenco?
“Barcos” no tenía aires flamencos hasta que lo trajeron los príncipes. Con El Cigala y Josele nos entendemos a la perfección, no nos hacen falta las palabras. Nos hacemos reír y querer. Cuando los conocí, sentí que estaba viendo a los próximos Jagger y Richards. También sabía perfectamente que se ajustaban mejor al modelo de Camarón y Paco de Lucía. Nos entendimos con apenas miradas, esa misma noche se sentaron a cantarme, conmigo en el medio desplegaron su arte musical, su conocimiento de ‘los palos’, quedamos ‘primos’, más que amigos, y al día siguiente estábamos grabando juntos. “Barcos” suena a ellos y a nosotros. Stevie Wonder la habría llevado a su terreno, o Loquillo.

Otro de los temas, “Tres Marías”, incorpora algo de esta cumbia de suburbio que se ha expandido mucho en Argentina. ¿Cómo ha sido tu relación con este género?
Yo nací al amparo del racismo musical y social más recalcitrante. Todo era mal visto: la música melódica, la popular, la correntina y la cumbia, que se empezó a bailar en la misma manzana donde fui criado, en el primer bailable de cumbia, en los años sesenta, en El Palacio de Las Flores. Me hice amigo de Carlitos ‘La Mona’ Jiménez hace casi treinta años, en una mesa redonda de músicos variopintos organizada por “Página 12” y terminamos tomando cervezas en el hotel donde vivía en Buenos Aires. Carlos es un ícono y un símbolo de la provincia de Córdoba. Me ofreció su hospitalidad y finalmente me la cobré. Viajé para promocionar un álbum a Córdoba, llegué un día antes para tocar en los permanentes bailables recitales de los viernes, un rito cordobés arraigado. Córdoba funciona como Brasil, tiene un movimiento musical y popular propio. Carlitos me pidió que cantáramos “Flaca” y yo le pedí tocar el concierto íntegro, y me quedé en el escenario compartiendo percusiones con ‘Bam Bam’, el peruano. La cumbia resiste análisis teóricos [...] tiene ‘otra forma de entenderse’, es lo que pide el cuerpo, es el momento en que una reunión aburrida deja de serlo, es la música de las caderas y de las vaginas, la música que alegra a los asaltantes que van a arriesgar la vida y la libertad. No puedo decir que me gustó siempre, porque prefiero no pensar en términos tan absolutos, pero hace muchos años que renuncié al perfil xenófobo de mi barrio aristocrático. Soy ateo y acepto con agrado la existencia de la música popular, a pesar de ser hijo de generaciones de intelectuales y comunistas sin TV.

¿Has escuchado cumbia peruana? ¿Qué opinas de ella?
Sí, claro. La psicochicha está de moda en Europa. La cumbia bonaerense está inspirada en la peruana, el modelo es la cumbia de los pajaritos, pero usa sintetizador en lugar de guitarra eléctrica. El sonido de la cumbia peruana está dentro del beat de la cumbia bonaerense. La santafesina es más melódica, tanto que ocupa el lugar de la antigua música romántica inspirada en los sonidos del Festival de San Remo. En los años 80 quedé anclado en el estudio de Miki González, entonces fusionamos los sonidos de vanguardia con el cajón, la herencia negra, con noches enteras para encontrar sonidos insólitos con los primitivos efectos de guitarra.

¿Podría decirse que, de todos los invitados en este disco, Bunbury es con quien hay una mayor afinidad musical?
Con Enrique tenemos profundas afinidades y seguramente tenemos diferencias como corresponde entre personas normalmente inquietas. Llevamos una vida compartiendo con el flamenco y el hip hop un mismo terreno y un mismo sentimiento. Jerry González es mi héroe, y uno de los músicos más importantes del mundo. Con Enrique todo es fluido, a pesar de su éxito triunfal y sus permanentes giras. Tenemos confianza y siempre estamos esperando hacer algo juntos y encontrados, pero Enrique es al mismo tiempo versátil y blindado en su propio estilo de cantar. Él entiende y se apasiona con el arte de Goyeneche, Otis Redding, Chavela Vargas, sonidos mediterráneos, pero tiene identidad y siempre va a sonar a él mismo; sin embargo, sabe escuchar, habla escuchando, presta atención, escucha con los ojos abiertos y tiene un extraño sentido del humor, porque siempre parece tomarse en serio las cosas; no obstante, lo está entendiendo todo. Es un embajador de sí mismo y nosotros los demás.

“Flor de samurái” (que suena a sumo), “Gomontonera” y “El perro” son de las más rockeras del disco, de las que se escuchan con cerveza. ¿Cuántas canciones de este corte se quedaron fuera del disco?
Nombraste tres canciones rápidas, no solamente eléctricas, es una velocidad más cercana al punk que al merengue, que también es rápido. Además de veloces tienen un texto que parece necesitar de cierta profundidad veloz. Me gusta el rock cuando es rápido, acelerado, eléctrico y sensiblemente sucio, “Shattered”, “Ace of Spades”. ¿Canciones fuera del disco? Eso es incalculable. Escuchamos ochenta canciones, pero no sé cuántas ensayamos, supongo que partimos de un grupo de veinte o treinta canciones y nos quedamos con doce.

En comparación con tu última presentación en Lima, ¿qué será distinto esta vez?, teniendo en cuenta tu vasto repertorio, y que aquí hay mucha gente fanática de Los Abuelos de la Nada (LADLN) y Los Rodríguez.
No va a ser radicalmente distinto. Somos los mismos y con el mismo cantante. Sí que vamos a cantar canciones de Los Rodríguez y algo de LADLN, no vamos a cerrarnos en el repertorio estrictamente contemporáneo.

MÁS INFORMACIÓN
LUGAR: Jockey Club del Perú.
DIRECCIÓN: Av. El Derby s/n puerta 3 Monterrico, Surco.
DÍA Y HORA: Jueves 11, 9 p.m.
BOLETOS: Tu Entrada.

Por: Alberto Revoredo

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